MEDIO
BIÓTICO
Ecosistemas
La variada representación de especies
y hábitats característicos del
litoral cantábrico convierten a Oyambre
en uno de los espacios naturales protegidos de
la región con mayor
valor de conservación.
En unos pocos kilómetros conviven ambientes
diversos. Desde el borde acantilado del cabo
Oyambre hasta el entorno forestado de Corona
aparece un amplio espectro de unidades de paisaje,
cada una con sus rasgos de identidad asociados
a los condicionantes edáficos, topoclimáticos
o geomorfológicos que definen sus caracteres.
Rías y estuarios
Con la excepción que supone la zona acantilada
de Oyambre y Punta del Oeste, entre Comillas
y San Vicente de la Barquera predomina un tipo
de costa baja de acumulación, arenosa,
de ría y de marisma. El Parque Natural
cuenta con dos estuarios, el de la Ría
de San Vicente de la Barquera, formado por dos
cuerpos que se corresponden con las marismas
de Pombo (abastecida por el río Gandarillas)
y Rubín (que recibe al río Escudo),
y el de la Ría de la Rabia, formado por
otros dos cuerpos, como son el de la ría
Capitana (abastecida por el río Capitán)
y el de la ría de la Rabia (que recibe
al río Turbio), donde se encuentran las
marismas de Zapedo. Se trata de la zona de convergencia
e intercambio de aguas dulces y saladas, que
sustenta diversas comunidades biológicas:
mientras hacia el interior predominan los sedimentos
fangosos, interrumpidos por canales que quedan
visibles en las bajamares, hacia la desembocadura
presentan extensos arenales.
La formación del estuario deriva de procesos
asociados a los cambios de nivel del mar y de
la acción modeladora, de excavación
y acumulación de los ríos. El río
arrastra sedimentos y partículas orgánicas,
mientras el mar aporta arenas y organismos marinos.
Desde el punto de vista geomorfológico
un estuario es un valle continental sumergido
en aguas marinas (o lacustres) afectado por las
variaciones diarias del nivel del mar debido
a una topografía favorable a tal fenómeno.
Las marismas presentan aspecto de llanuras
litorales bajas, acogidas a ensenadas de abrigo cerradas
por barras arenosas. En ellas se distinguen al
menos dos sectores: pantanoso y muy activo desde
el punto de vista geomorfológico el más
externo, toda vez que es alcanzado diariamente
por la pleamar; más estable el sector
interno, donde las mareas altas sólo llegan
ocasionalmente, tendente además a la colmatación
(por el aporte sedimentario de arrastre fluvial),
a la colonización vegetal y a la integración
en la zona prelitoral, fuera del alcance directo
de la acción marina.
En las zonas sumergidas y junto a distintas especies
de algas, aparecen praderas de la fanerógama
marina hierba de mar (Zostera noltii); en la
zona intermareal aparece una vegetación
de afinidades salobres dominada por el espartinal
de Spartina maritima donde están presentes
también otras especies vegetales características
del marjal salino como la berdolaga marina (Halimione
portulacoides), el limonio (Limonium
humile)
o la salicornia (Salicornia ramosissima); en
la zona superior, próxima al medio continental
aparece una vegetación de juncos (Juncus
maritimus), juncias (Scirpus maritimus) y carrizales
(Phragmites australis).
Las excepcionales
características de estos
ambientes derivan de una combinación de
factores físicos que difícilmente
confluyen: el carácter protegido, la salinidad
intermedia entre las aguas continentales y las
marinas, la penetración de la luz que
permite la escasa profundidad de la lámina
de agua y el crecimiento de plantas bentónicas
que se le asocia, el eficaz transporte para la
vida planctónica y la regulación
de funciones de alimentación y reproducción
que permite el ritmo de las mareas.
Landas litorales y
acantilados
En el extremo Norte del Parque se desarrolla
un conjunto de acantilados sobre los que acontecen
importantes procesos de karstificación que dan lugar en la franja inmediata al borde
costero a campos de dolinas o amplios lapiaces.
La vegetación se distribuye en bandas
en función de las diferentes condiciones
ambientales. En el borde costero la salinidad
es el factor más limitante. Implica
el desarrollo de comunidades muy especializadas,
que arraigan en las elevadas pendientes de
los acantilados. En la zona más expuesta
sin apenas suelo, sobre las grietas de la caliza,
se asientan el hinojo marino (Crithmun
maritimum),
el llantén de mar (Plantago maritima),
el ajo silvestre (Allium ericethorum) y el
salvio (Inula crithmoides). Cuando el suelo
alcanza cierto grado de desarrollo, algo más
lejos de la influencia directa del mar, aparecen
gramíneas y especies como la esparraguera
(Asparagus prostratus). La formación
de mayor interés es la landa
atlántica de la parte superior del acantilado, no tan
expuesta ya a la acción directa del
oleaje como al viento, donde destacan los brezales
secos atlánticos de Erica vagans, formaciones
de tojo (Ulex europaeus) y otros brezales con
aliagar de Genista hispanica subs.. occidentalis.
Sobre el propio acantilado del cabo Oyambre,
en la zona culminante, y cuando algún
resalte rocoso permite una mínima protección
del hálito marino, es posible discernir
la presencia aislada o en pequeños matorrales
de alguna especie mediterránea que en
principio podría resultar inesperada en
este ámbito cantábrico. Llama especialmente
la atención la recortada silueta de los
olivos silvestres o acebuches (Olea europaea
var. sylvestris) de la zona culminante del cabo,
una especie de menor porte que el olivo, resistente
a la sequedad edáfica pero que difícilmente
soporta períodos de helada intensos. Aparecen
también vides silvestres (Vitis vinifera
subs.sylvestris), laureles (Laurus nobilis),
rosales silvestres (Rosa pimpinellifolia) y aladiernos
(Rhamnus alaternus) e incluso pequeños
ejemplares de rebollo (Quercus pyrenaica).
Playas y sistemas dunares
Las grandes playas de Merón y Oyambre,
y las más modestas de Santillán,
El Tostadero,La Maza y El Rosal conforman una
de las unidades
de paisaje más características del Parque Natural. El sistema dunar se caracteriza
por acoger a una comunidad vegetal exclusiva
de suelos arenosos e inestables en ambientes
afectados permanentemente por el viento y el
hálito marino. La oruga de mar (Cakile
maritima), la corregüela de mar (Polygonum
maritimum), y la arenaria de mar (Honkenya
peploides),
ocupan la preduna, en la zona más próxima
a la línea de pleamar que sólo
se inunda periódica y parcialmente durante
las mareas más intensas; las dunas móviles
e inestables son colonizadas por la grama marina
(Elymus farctus), la lechetrezna de mar (Euphorbia
paralias), el cardo de mar (Eryngium
maritimum)
o la campaneta (Calystegia soldanella). En las
dunas secundarias, menos afectadas por la salinidad,
resulta dominante la presencia del barrón
(Ammophila arenaria), mientras en las dunas fijas,
integradas ya por suelos con más materia
orgánica destacan la manzanilla bastarda
(Helichrysum stoechas), la clavelina (Dianthus
hyssopifolius), el nardo marino (Pancratium
maritimum),
o el rabillo de zorro (Koeleria glauca).
Praderías
El fondo paisajístico de Oyambre lo constituyen
las extensas praderías que ocupan los
suaves relieves de la marina. Los prados de siega
se consolidan aquí durante el siglo XIX
con la generalización de los usos ganaderos
del espacio, son una obra del hombre, y ocupan ámbitos
que con anterioridad estuvieron colonizados por
las formaciones de frondosas propias de este
ambiente. Las especies vegetales más comunes
son gramíneas como Lolium perennis,
Dactylis glomerata, Bromus mollis o Cynosurus
cristatus.
Los linderos, conformados por saúcos,
peralillos silvestres, avellanos, sauces y majuelos
constituyen un singular ámbito de alimento,
refugio y nidificación para un buen número
de paseriformes.
El monte Corona
Corona es un antiguo cajigal destinado parcialmente
desde los años cuarenta del siglo pasado
a la explotación forestal con especies
de crecimiento rápido. Las manchas de
bosque autóctono conviven con las especies
maderables, entre las que cabe destacar la presencia
mayoritaria del eucalipto (Eucaliptus globulus),
utilizado como materia prima para elaborar pasta
de papel, al que acompañan el pino insigne
(Pinus radiata) y el roble americano (Quercus
rubra). Existen también pequeñas
plantaciones de singularidad forestal, que en
la etapa de posguerra se cultivaron aquí a
modo experimental.
La superficie del grupo Corona incluida en el
Parque Natural es de 1.231,37 ha, distribuida
entre los montes Dehesa de Rubarbón, Canal
de Villeras, Cuesta Canales y Corona, Caviedes
y Canal de San Antonio, Lamadrid y Larteme de
las Tasugueras.
Las primeras referencias directas a la gestión
forestal en esta zona datan de la primera mitad
del siglo XVIII, cuando se establece mediante
Real Ordenanza promulgada por Fernando VI que
todos los montes que se encontraran a menos de
25 leguas de la costa o ríos navegables
pasasen a depender de la administración
de los intendentes de marina.
Este hecho determinó una primera inventariación
de los montes afectados y el inicio de cortas
por entresaca. Las extracciones alcanzaron su
punto álgido con la creación del
Real Astillero de Guarnizo y las fábricas
de artillería de Liérganes y La
Cavada, y decayeron notablemente con la crisis
posterior del sector naval, aunque se mantuvieron
las extracciones ligadas a la actividad del puerto
barquereño y a los quehaceres tradicionales
como la construcción, la tonelería
o la elaboración de carbón vegetal.
Las masas conservadas de frondosas constituyen
un buen modelo para reconocer el modo en que
se organiza cada tipo de bosque en este medio
atlántico de transición hacia la
media montaña. Allí donde el haya
se erige dominante, esta especie muestra su carácter
competitivo y el bosque se torna prácticamente
mono específico. En cambio en las áreas
de robledal, donde la luz penetra con mayor facilidad
a los estratos inferiores del bosque, la biodiversidad
aumenta, y el dosel arbustivo y herbáceo
que acompaña a las cajigas es significativo.
La fase de transición entre la ocupación
generalizada por los antiguos robledales hacia
y lo que más tarde serían los usos
actuales del monte, viene dado por una tremenda
plaga de oidio blanco que acabó con varios
millares de robles en el año 1907.
A partir de la década de los cuarenta
la intención gubernamental de mantener
una política autárquica, restringiendo
la dependencia exterior y limitando la factura
de importaciones, afecta de manera directa a
los usos forestales. El deseo de dar al monte
una mayor preponderancia en tanto generador de
riqueza y recursos económicos pone sobre
la mesa la opción de las plantaciones
con especies de crecimiento rápido. La
creación del Patrimonio
Forestal del Estado,
la constitución del Servicio de Montes
en 1938, y la aprobación del Plan General
de Repoblación en 1939 fueron algunas
de las medidas adoptadas para ampliar la superficie
arbolada del país. En el año 1942
se constituyó el consorcio del monte Corona
con el Patrimonio Forestal del Estado, dando
comienzo al proceso de ordenación
del mismo.
Arroyos y bosque de ribera
Una nutrida representación de ambientes
ribereños se encuentra junto a los breves
cauces que atraviesan el Parque. En el entorno
inmediato de los ríos Gandarilla, Escudo,
Capitán y Turbio se desarrollan formaciones
de galería integradas por alisos (Alnus
glutinosa) sauces (Salix atrocinerea), avellanos
(Corylus avellana), fresnos (Fraxinus
excelsior),
o majuelos (Crataegus monogyna). El cortejo herbáceo
en aguas menos profundas está dominado
por la presencia de la salicaria (Lythrum
salicaria)
o el nabo del diablo (Oenanthe crocata). Allí donde
aparece alguna tendencia al remansamiento de
la corriente se encuentran los carrizales (Phragmites
australis) acompañados de eneas (Typha
latifolia), mientras los prados circundantes
acogen agrupaciones de lirios amarillos (Iris
pseudacorus).
Fauna
Dos factores resultan determinantes para explicar
la riqueza faunística de Oyambre. Por
un lado la estratégica situación
geográfica que lo convierte en un lugar
de paso obligado para numerosas especies de
aves migratorias. No en vano en el Parque están
citadas casi doscientas especies de aves. Por
otra parte, la enorme
diversidad de ecosistemas,
desde los acantilados costeros hasta las formaciones
boscosas de Corona, pasando por playas y dunas,
rías o estuarios, marismas fangosas,
cañaverales, junqueras, sotos arbustivos
o praderías, ha permitido el mantenimiento
de una comunidad de vertebrados muy representativa
de las condiciones originales en los ambientes
litorales, costeros y de estuario del litoral
cantábrico.
En las rocas que quedan al
descubierto durante la bajamar existe gran abundancia
de invertebrados;
en el espacio intermareal son frecuentes las
concentraciones de correlimos, andarríos,
chorlitejos, archibebes o gaviotas, que aprovechan
los alimentos depositados alternativamente por
las rías y el oleaje. El cormorán
moñudo (Phalacrocorax aristotelis), la
gaviota patiamarilla (Larus cachinans), el halcón
peregrino (Falco peregrinus) o la chova piquirroja
(Pyrrhocorax pyrrhocorax) encuentran refugio
en los acantilados. En las dunas aparecen vertebrados
como la musaraña (Crocidura russula)
o la lagartija roquera (Podarcis muralis) que
se
alimentan de las poblaciones de insectos del
arenal.
En los estuarios las
condiciones de vida son duras, y los organismos
acuáticos han
desarrollado diversas estrategias para sobrevivir
a la falta de agua durante la bajamar: unos
optan por enterrarse, como gusanas y cangrejos,
mientras
otros se encierran en sus conchas, como navajas
o almejas. El hombre ha aprovechado
tradicionalmente este fenómeno, practicando el marisqueo
sobre los moluscos filtradores que viven
enterrados en el fango, principalmente berberechos,
chirlas,
almejas o navajas.
Las aves limícolas,
especializadas en este ambiente fangoso,
donde se alimentan en
bajamar, son muy habituales. Las especies
más
numerosas son el correlimos común
(Calidris alpina), el zarapito real (Numenius
arquita),
la aguja colinegra (Limosa limosa), el
chorlitejo grande (Charadrius hiaticula)
y el chorlito gris
(Pluviales squatarola). No faltan avocetas
(Recurvirostra aboceta), cigüeñuelas
(Himantopus himantopus), o combatientes
(Philomachus pugnax).
Gaviotas, patos, garzas y cormoranes comparten
también este ambiente.
En la marisma, donde la salinidad
es menor y más estable, se desarrollan formaciones
de vegetación palustre. Aparece con frecuencia
la anguila y es habitual la presencia del carricero
común (Acrocephalus scirpaceus), rascón
(Rallus aquaticus), el andarríos chico
(Actitis hypoleucos), el ánade azulón
(Anas platyrhynchos) o el zampullín común
(Tachybaptus ruficollis). En ocasiones se aprecia
la presencia de la garza real (Ardea
cinerea),
la garceta común (Egretta garcetta), o
el águila pescadora (Pandion
haliaetus),
incluso, en los inviernos más inclementes,
cisnes o barnaclas carinegras (Branta
bernicla).
Finalmente en las praderías
litorales, áreas
de reposo tras el viaje migratorio, abundan bisbitas
y lavanderas, y son habituales avefrías
(Vanellus vanellus), o chorlitos dorados
(Pluviales apricaria).
Frente a la naturalidad contrastada del
frente litoral, los ambientes de transición hacia
las áreas montanas del interior han sufrido
un intenso
proceso de transformación,
ocupación y explotación. Allí donde
se han conservado enclaves inalterados, con formaciones
autóctonas de frondosas, está representada
la práctica totalidad de la comunidad
faunística del bosque cántabro.
El tejón (Meles meles), la marta (Martes
martes), la ardilla (Sciurus vulgaris), el lirón
gris (Glis glis), la salamandra (Salamandra
salamandra)
o la rana bermeja (Rana temporaria) son muy comunes.
Entre las aves destaca la presencia del azor
(Accipiter gentilis), el gavilán (Accipiter
nisus), el cárabo (Strix
aluco), el arrendajo
(Garrulus glandarius) o el zorzal común
(Turdus philomelos). En las plantaciones maderables
la presencia de fauna es reducida siendo uno
de los refugios del zorro (Vulpes vulpes) y hábitat
ocasional del pico picapinos (Dendrocopos
major).
Los prados constituyen un hábitat preferente
del Parque Natural, por su gran extensión
a expensas de un tradicional uso intensivo con
fines ganaderos, y por la gran
riqueza faunística que acogen. Aquí abundan topos, ratillas,
bisbitas, lavanderas, y es frecuente la presencia
del ratón espiguero (Micromys
minutus)
y el lución (Anguis fragilis).
La vegetación arbustiva que conforma setos
y linderos entre fincas supone una importante
reserva de vida silvestre. Erizos (Erinaceus
europaeus), musarañas, ratones,
sapos, culebras, comadrejas (Mustela
nivalis),
ginetas (Genetta genetta), lagartos verdinegros
(Lacerta screiberi), petirrojos (Erithacus
rubecula), cucos (Cuculus canorus), alcaudones
dorsirrojos
(Lanius collurio), currucas, mosquiteros,
papamoscas, jilgueros o mirlos conforman
una compleja comunidad
que bordea los campos de cultivo y contribuye
al control de plagas y desequilibrios en
el ecosistema.
Esta comunidad ocupa también los ámbitos
ribereños de los arroyos que drenan los
relieves de Corona, donde aparecen asimismo el
camachuelo (Pyrrhula pyrrhula), el martín
pescador (Alcedo atthis), el carbonero palustre
(Parus palustris), el mosquitero iberico (Phylloscopus
ibericus), la rana pasilarga (Rana
iberica) o
el tritón alpestre (Mesotriton
alpestris).
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MEDIO SOCIOECONOMICO
El Parque Natural de Oyambre se extiende sobre
cinco municipios del sector occidental de Cantabria:
Val de San Vicente, San Vicente de la Barquera,
Comillas, Udías y Valdáliga.
Características generales de población
Las
cifras de población correspondientes
al año 2006 muestran que en los municipios
del Parque residen 12.887 habitantes, un tercio
de los cuales se encuentra concentrado en San
Vicente de la Barquera. Por el contrario, Udías
es el municipio con menor población.
MUNICIPIOS |
POBLACIÓN |
Comillas
|
2.469 |
San Vicente de la Barquera |
4.491 |
Udías |
843 |
Val de San Vicente |
2.670 |
Valdáliga |
2.414 |
TOTAL |
12.887 |
Los municipios que componen el Parque Natural
de Oyambre se pueden distinguir en función
de su tendencia demográfica a lo largo
del siglo XX: creciente en San Vicente de la
Barquera, regresiva en Comillas y Valdáliga,
y en último caso, Val de San Vicente y
Udías, que tras diversas variaciones presentan
el mismo tamaño poblacional en la actualidad
que hace 100 años.
Por un lado, se encuentra San Vicente
de la Barquera,
cuya población ha aumentado
de forma constante el pasado siglo, llegando
a duplicar sus habitantes, que en 1900 eran
1.769 y en al año 2001 alcanzaban los
4.440.
Comillas y Valdáliga comparten
el crecimiento negativo de su población,
más significativo
en el segundo de estos municipios. Mientras
que aprinipios de siglo ambos eran los municipios
más poblados, hoy en día es San
Vicente de la Barquera el que ostenta mayor
número
de habitantes. La segunda mitad del siglo XX
supuso para Váldaliga una constante
pérdida
demográfica, cuyo resultado fue pasar
de casi 4.000 habitantes a 2.500. Hasta el
año
1950, Comillas presentó una tendencia
creciente de población, seguida de un
fuerte descenso, del que se recuperó entre
1970 y 1990. En la actualidad, este municipio
vuelve a mostrar un periodo demográfico
decreciente.
La población de Udías creció de
forma importante en las primeras décadas
del siglo XX, a partir de las cuales su población
comenzó a descender. Desde 1980 el crecimiento
demográfico se ha visto estancado. Por
su parte, Val de San Vicente ha
sufrido continuos aumentos y descensos
de su población,
alcanzando en 1960 el mayor número de
habitantes: 3.081. Tras la última pérdida
de efectivos poblacionales producida entre los
años 1960-1980, el municipio presenta
una tendencia al alza, que iguala la población
actual a la de principios del siglo XX.
Las actividades
económicas de la población
El
sector económico predominante en la
zona es el sector terciario que proporciona trabajo
a alrededor de la mitad de sus habitantes. Las
actividades turísticas tienen gran importancia
en estos municipios, especialmente en Comillas
y San Vicente de la Barquera, dos de los más
importantes enclaves turísticos de la
costa occidental de Cantabria.
En Comillas el
turismo alcanzó su época
dorada en el siglo XIX, con las visitas del rey
Alfonso XII y algunos aristócratas, y
posteriormente, gracias a la inauguración
del Seminario Pontificio de Comillas.
San Vicente
de la Barquera ha sido tradicionalmente un
municipio pesquero. Sobre su puerto ha girado
el desarrollo de esta villa, puerto que a
pesar de registrar en los últimos años
un continuo descenso del volumen de capturas,
sigue siendo uno de las más importantes
de la región.
En Valdáliga también se ha impuesto
el sector terciario como la principal actividad
económica, aunque las actividades agropecuarias
siguen manteniéndose como otra base económica
fundamental para los habitantes del municipio.
Patrimonio cultural
Entre
las numerosas localidades que se encuentran en
el entorno de este Parque Natural destacan
dos: Comillas y San Vicente de la Barquera, por
su riqueza en patrimonio histórico y artístico.
El
casco antiguo de San Vicente de la
Barquera,
denominado la Puebla Vieja, fue declarado conjunto
histórico-artístico en 1987. En él
se concentra la mayoría de los edificios
de interés, rodeados por una muralla de
poca altura de la que aún quedan algunos
tramos y puertas del siglo XVI son los puentes
de la Maza y el Peral, el antiguo castillo y
la iglesia parroquial. El patrimonio de San Vicente
se completa con la iglesia de Santa María
de los Ángeles; la casa renacentista del
inquisidor Antonio del Corro; el ayuntamiento
(antiguo hospital de la Concepción); las
ruinas del antiguo convento franciscano de San
Luis, del VXI; y la ermita de la Virgen de la
Barquera, de la que parte la procesión
marinera que tiene lugar durante la fiesta de
La Folía.
Comillas, declarada conjunto
histórico-artístico,
cuenta entre sus monumentos más relevantes
con la iglesia parroquial de San Cristóbal.
Las edificaciones mayor interés de este
municipio, entre las que se encuentra el conjunto
de Sobrellano, la Universidad Pontificia, y El
Capricho del arquitecto Antonio Gaudí,
fueron impulsadas por los marqueses de Comillas
durante el siglo XIX.
Val de San Vicente posee
restos de arte rupestre del paleolítico, localizados en la cueva
de la Fuente del salín. En este término
hay que señalar también la torre
de Estrada y diversos conjuntos de arquitectura
popular como las casonas de Pesués.
En
Oyambre existe una inscripción en
un pequeño monolito que puede resumir
perfectamente la historia relacionada con los
pioneros de la aviación que tuvo en este
lugar gran protagonismo. "Es ésta
la playa donde aterrizó el primer avión
trasatlántico que toco tierra española.
Se trataba del pájaro amarillo en vuelo
directo desde Old Orchad (EEUU) y tripulado por
Sollant, Lefebre y Ltti, 10 de junio de 1.929." |