MONUMENTO NATURAL DE LAS SECUOYAS
DEL MONTE CABEZÓN
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PN-8
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Nombre
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Monumento Natural
de las Secuoyas del Monte Cabezón |
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Localización
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Desde la autovía del cantábrico
(A-8) tomamos la CA- 135 ( Cabezón de la
Sal- Comillas) |
Superficie
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2,47 ha. |
Altitud
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208 metros |
Municipios
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Cabezón de la Sal |
Figura
de protección
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Decreto 41/2003, de 30 de
abril, por el que se declara el Monumento Natural
de
las Sequoias del Monte Cabezón. |
Otra
figuras de protección
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ACCESOS
Desde la carretera CA-135 (Cabezón
de la Sal - Comillas), sobre el trazado de
la Autovía del Cantábrico.
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DESCRIPCIÓN
La parcela, de
2,5 Has de superficie, está compuesta
por 848 pies de Sequioa sempervirens y
25 pies de Pinus radiata. Se incluye
en el paraje de
Monte Las Navas,
en el Monte Cabezón,
nº2 del Catálogo de Montes de Utilidad
Pública de Cantabria, perteneciente al
municipio de Cabezón de la Sal, con acceso
desde la carretera S-484 (Cabezón de la
Sal-Comillas), sobre el trazado de la Autovía
del Cantábrico.
Las secuoyas del
Monte Cabezón se declaran
Monumento Natural por Decreto 41/2003, en virtud
de la Ley 4/1989, de 27 de marzo, de Conservación
de los Espacios Naturales y Flora y Fauna Silvestres,
que prevé en su artículo 10 la
posibilidad de declarar protegidos determinados
espacios del territorio nacional que contengan
elementos y sistemas naturales sobresalientes.
La singularidad
que hace acreedor de especial protección a este bosquete de secuoyas
radica en que se trata de una especie inhabitual
en Cantabria, muy poco común formando
masas en estado seminatural en España,
capaz de alcanzar proporciones enormes y
una gran longevidad.
La finalidad
de la declaración como Monumento
Natural reside en contribuir a la conservación
de este particular ecosistema y sus valores paisajísticos
en armonía con los usos, derechos y aprovechamientos
agrarios tradicionales y con el desenvolvimiento
de actividades educativas, científicas,
turísticas o socioeconómicas compatibles
con la protección del espacio.
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EL
CONTEXTO HISTÓRICO TERRITORIAL
La parcela de secuoyas del monte
Cabezón se plantó en la segunda
mitad de los años cuarenta del siglo pasado.
Aunque ahora pueda resultar inesperada su presencia
en este ambiente costero de Cantabria, su existencia
responde a las circunstancias concretas de un
período histórico marcado por la
intención gubernamental, en el marco de
la política autárquica del régimen
franquista, de restringir al máximo la
dependencia exterior, y los gastos que conlleva
la factura de importaciones.
El deseo de dar al monte una
mayor preponderancia en tanto generador de riqueza
y recursos económicos,
y la opción de las plantaciones como fórmula
para solucionar los problemas forestales del
país es incluso anterior. Ya en 1926 la
Ley del Plan General de Repoblación había
recomendado especial atención a las especies
de crecimiento rápido y a su localización
en las provincias cantábricas, debido
a la importante disponibilidad de terrenos baldíos,
y a las favorables condiciones climáticas.
Las primeras plantaciones en
la región,
con eucalipto, aparecen en el entorno de Torrelavega,
y su madera se utiliza en un principio para el
entibado de minas y la construcción. La
fundación de SNIACE en 1939 es resultado
de una política proteccionista respecto
a los productos forestales con destino al sector
industrial. La localización en Torrelavega
se ve favorecida por el potencial del territorio
costero inmediato para el cultivo del eucalipto.
La creación del Patrimonio
Forestal del Estado, la constitución del Servicio de
Montes en 1938, y la aprobación del Plan
General de Repoblación en 1939 son algunas
de las medidas adoptadas para favorecer el empeño
de ampliar la superficie arbolada del país.
En el año 1942 se constituyó el
consorcio del monte Corona con el Patrimonio
Forestal del Estado, dando comienzo al proceso
de ordenación del mismo. Durante tres
décadas la mayor parte de los terrenos
de este monte, que incluían masas de
frondosas y áreas de pastizal y matorral,
fueron repoblados por especies foráneas,
fundamentalmente Eucalyptus globulus y Pinus
radiata y de forma
experimental, a modo de ensayo y por tanto
en parcelas mucho más reducidas, con
roble americano (Quercus rubra), castaño
japonés
(Castanea crenata) o abeto de Douglas (Pseudotsuga
menziezii). En ese contexto se plantan las
secuoyas del monte Cabezón, que perviven
hoy como reflejo de aquella política
forestal, de aquel momento económico,
y de aquella actividad experimental a la búsqueda
de las especies madereras más adaptadas
a las necesidades de producción industrial.
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SECUOIA
SEMPERVIVENS
El nombre del género
conmemora a Sequoiah, un indio cheroquee educado
en Georgia que en el entresiglos del XVIII al
XIX inventó un alfabeto para el dialecto
de su tribu.
Se trata de un árbol muy robusto, de copa
piramidal, que rebrota de raíz y en condiciones
naturales supera con facilidad los cincuenta
metros alcanzando con frecuencia el centenar.
El tronco es derecho, muy grueso, de corteza
oscura, esponjosa, profundamente fisurada, que
puede alcanzar los cuarenta centímetros
de espesor en los ejemplares añosos y
se desprende en placas irregulares bajo las cuales
aparecen otras nuevas de color rojizo. Las acículas,
planas y de tono verde oscuro, se asemejan a
las del tejo, y presentan como particularidad
más notable dos bandas blanquecinas por
el envés. Florecen al final del invierno
para madurar las piñas, verdes primero
y rojizas finalmente, en el otoño siguiente.
Las flores masculinas son amarillas y las femeninas
ovales y verdosas, de mayor tamaño.
La especie prefiere suelos
frescos y profundos en ambientes húmedos con inviernos templados,
pues aunque puede soportar fríos rigurosos
se ve muy afectado por las heladas tardías.
Es originaria del Pacífico de los Estados
Unidos y se asocia en condiciones naturales con
el pino de Oregón, arces y robles.
Quizás las dos características
más definitorias de esta conífera,
más allá del tamaño que
alcanza, sean su longevidad -puede superar
el millar de años- y su rapidez de crecimiento,
que alcanza razones de 1,80
metros/año entre los cuatro y los diez años de edad.
Produce una madera fácil de trabajar,
de buena calidad, ligera, no resinosa y de tono
pardo rojizo (redwood es su nombre americano),
muy apreciada tradicionalmente en la construcción
y para la elaboración de traviesas de
ferrocarril. En Europa, donde fue introducida
en 1843, se cultiva como árbol de ornamento
en parques y jardines.
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